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Cuando
tenía 6 años la luna se llenó de luces de colores. Pasaron por la luna como si
estuvieran de viaje. Estaba con su familia en la playa. Siempre sintió a la
playa nocturna como algo mágico. “Vivir cerca del mar no le saca eso, nada le
saca lo mágico a una noche así” pensó ella. Su mama estaba a su lado, estaba
junto a ella, pero decidió soltarse para caminar por ahí. Y en cuanto lo hiso,
las luces taparon la luna. Sentirse de repente libre de las manos de su mama,
en esa playa vacía, infinitamente negra, con el sonido del mar, y ver entonces
las luces por encima la hicieron sentirse como en un viaje cósmico. Viajaba por
las estrellas.
“¡Oh!
¿Viste eso? Qué curioso” le grito su mama. Y su voz la despertó del sueño. En
ese momento Sabrina era solo una niña. No se sintió mal por eso. Si lo mismo
hubiera pasado el día de hoy, estaría muy molesta con su mama por hablarle
después de algo así. “Mama nunca
entendió el valor del silencio o la soledad” dice Sabrina. La considera una
persona completamente mayor y aburrida. “Perdió hace mucho las ganas de vivir”
dice.
En
realidad su mama tiene muchos intereses, y a Sabrina le gusta pasar tiempo con
ella. Pero llego a una etapa en la que pasa la mayoría de su tiempo enojada.
Como solo estaban ellas dos, sentía una obligación, el deber de ser su amiga, y
ahora finalmente se estaba rebelando contra eso después de tantos años. Así que
su mama era ahora una persona aburrida. Le costaba recordar esta posición
cuando estaban cenando, pero tampoco se acuerda de eso, así que está bien.
Muchos
años atrás, cuando las dos miraban la luna, Sabrina todavía vivía en el mágico
mundo de la escuela primaria. Una burbuja donde el tiempo pasaba distinto, y
nada era demasiado importante. Se sentía más tranquila. Lo era. Usaba anteojos,
y siempre había sido algo delicada. Le gustaba reír. Nunca se sentía sola. Ni
siquiera cuando, año tras año, su mama la llevaba de vacaciones a algún lugar
lejano, y pasaba semanas sin hablarle a nadie más que ella. Estaba en otro
planeta, y eventualmente volvería y todo estaría bien.
Cuando
viajaban dibujaba mucho. Más que nunca. Hoy todavía tenía el dibujo de aquella
noche, con las bengalas, meteoros, espíritus de colores pasando por la luna.
En
el momento en que los vio una promesa irremediable se forjo en su interior:
pasaban cosas imposibles. Se hizo una soñadora. Todo se hizo un poco más
emocionante.
Antes
también creía. Estaba la navidad, el ratón Pérez. Estaba lo que ella no sabía,
que era ese espacio de la infancia, invisible, que daba pie a cualquier
desarrollo. Pero no era testigo de estas cosas. Al ver las luces se volvió
parte de ellas. “Esta el mundo de los que creen y el de los que no ven porque
no creen”.
Sabrina
se consideró entonces un ente separado a sus compañeros. Descubrió decepcionada
que todos ellos tenían una historia similar. ¡Como puede ser! ¿Lo único ya dejo
de ser único, su recuerdo ya no tenía valor? Para nada. Porque su mama lo
recordaba también, y su memoria adulta nunca lo olvidaría. Mientras tanto, el
dibujo en su habitación mantenía el recuerdo como algo suyo; nadie podía
quitarle eso. Bueno, quizás lo imposible no era algo tan raro, pero solo ella
había visto las luces.
Esa
era su última noche en ese lugar vacacional. Cuando la luna se volvió común y
corriente de nuevo, la pequeña Sabrina corrió hacia atrás y miro fijo todo. La
playa nocturna. El mar, poco definido, siempre constante, comiéndose todo. La
luna, hacia la derecha, grande y redonda, perfecta. Oscuridad… por doquier. Su
mama, parada en medio de la arena fría, acogedora, se daba vuelta y le sonreía.
No esperaba nada, no la apuraba. Su vestido revoloteaba por el viento. No era
molesto, pero nada lo hubiera sido en ese momento.
Sabrina
acerco sus manos a sus ojos e hizo la forma de una cámara. Tomo la foto; estaba
grabándose la escena. Jamás iba a olvidarla. Hasta hoy, era su recuerdo de la
infancia más vivido. Podría discutirse que ahora solo recordaba una versión
imaginaria; quizá había sido algo completamente distinto. Ahora era mucho
mayor, su manera de responder a las cosas era otra. ¿Quizás ahora se veía a sí
misma, de mayor, en la playa? ¿Era eso lo que recordaba?
La
verdad es que no importa en lo absoluto. Lo que importa es como lo sentía.
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